El otro día estuve en Aralar. Es una cita anual obligada. El otoño es una estación sublime para ir una mañana a pasear y observar las diferentes tonalidades que va adquiriendo uno de los hayedos más importantes de Europa. Los árboles se van pelando poco a poco, las hojas van derivando a un color rojizo y posteriormente van cayendo formando una auténtica alfombra de color marrón de varios centímetros de espesor. Es una delicia caminar entre las hayas y aspirar ese olor mezcla de musgo, humedad y madera. Ante tus ojos van apareciendo diferentes especies micológicas de dificil identificación para un profano como yo.
Era una mañana soleada, luminosa, fría (2º C en Albi, recubierto de escarcha). Salí de San Sebastián a las 9h de la mañana con una mochila cargada de diferentes objetivos y con la pretensión de retratar el otoño en su máxima expresión. Una vez pasé Baraibar me adentré en la espesura del bosque. Las hayas espectaculares, rectas, longilíneas, buscando la luz casi a codazos. Frío, aroma a humedad y madera. Los incipientes rayos de sol penetraban entre los árboles con fuerza y haciéndose ver. Imágenes únicas para ser retratadas empleando la imaginación y desplegando los pocos conocimientos que uno tiene en esto de la fotografía. Combinando diferentes aperturas de difragma, velocidades de obturación, flash. Las tomas son de lo más variadas desde casi a ras de suelo, utilizando el trípode para evitar trepidaciones, picados, grandes angulares, zoom, etc. El tiempo pasa sin darte cuenta y vas viendo como tu tarjeta de memoria se va llenando con los Raw. La borrachera es total y de vez en cuando tienes que parar y respirar hondo. Entonces recapacitas y piensas que no sería mala idea cambiar de sitio.
Debido al frío, el moquillo, salado, filante y transparente hace acto de presencia y maldices no haber hecho caso a tu costilla cuando te aconsejó la víspera hacerte con unos pañuelos de papel "los vas a necesitar". Pues cambiamos el bosque por las campas abiertas de Albi. Cada vez que paso por aquí me acuerdo de mi padre. Que paciencia con tres o cuatro hijos, en invierno a esquiar. Las botas de cordones, las tablas de madera que había que encerar (la mejor era la pastilla gris) marca Attenhofer o Sanchesky. Las fijaciones manuales, de palanca.
Tal y como se ve en la foto, había escarcha. La temperatura a la sombra era de 2ºC y el sol hacía acto de presencia pero a esas horas todavía no calentaba. Aparqué el coche en esta zona, cogí el trípode y a hacer fotos. Anduve tanto en las campas como en el bosque. Dentro del bosque empecé a oir voces que poco a poco se iban acercando. Eran unos colegiales de Tolosa, concretamente de los escolapios, que estaban recogiendo setas de todo tipo para participar en el concurso micológico organizado por el Casino de Tolosa. Esta centenaria sociedad ha retomado este año la celebración de las Jornadas de Micología que ya se celebraban cuando yo era un crío y paticipábamos en el concurso que se organizaba entre los colegios de Tolosa Coincidencias de la vida, entre los chavales estaba el hijo de un buen amigo y hablando con uno de los monitores, al identificarme, me comentó que había sido profesor de dos sobrinos que viven en Tolosa.
Nos despedimos y cada cual a su faena. Seguí sacando fotos y para cuando me dí cuenta ya eran las 12h 30', así que a recojer los bártulos y a casa. Tenía que comer pronto porque para las 14h 30' tenía que estar en mi trabajo habitual. Voy a insertar unas cuantas fotografías que saqué esa mañana.
Tengo que reconocer que pasé una mañana estupenda y lo variado en cuanto a tonalidades que tiene este bosque, hace que se te pasen las horas de una forma impresionante.
Hola hermano: Tras leer este corto pero ilustrativo reportaje me pregunto: ¿soy el padre de los sobrinos que mencionas? Ah, y otro día que vuelvas a esos bosques tan bonitos que tantos recuerdos nos traen, llámame, siempre y cuando sea fin de semana, claro. Un abrazo. Pedro
ResponderEliminar